Sobreviví, al primer amor y a su fracaso,
a pesar de tener unos labios que podían abrazar el mundo
y repartir abrazos capaces de derretir el más absoluto de los aburrimientos.
Sobreviví al primer beso,
al silencio entre los gritos
y a los ecos de los ruidos
y también al exceso de abrazos,
a la pesadez de la dulzura de algunos besos.
Sobreviví, al fuego de tu cuerpo
y al incendio de mis sueños,
aun mal sexo
y a un mejor deseo.
Sobreviví al juego de tus sábanas blancas de raso
y a los saltos de cama con escote como acantilados,
a beber tequila sin vaso y al polvo blanco.
Sobreviví al terremoto de tus manos,
al primer intento de suicidio y a los siguientes,
a la falta de tus besos, sacando los besos congelados.
Sobreviví en mi primera batalla y en mi primera guerra
y a las ideologías imperantes.
Sobreviví poco a poco, despacio,
como los primeros andares de los niños,
como los pájaros toman su primer vuelo.
Después de muchos años,
sobreviví al primer San Valentín,
con el corazón en blanco.