Toma sus cabellos,
hace malabares con sus dedos
y deja una hermosa coleta
que resbala por la desnudez de su cuello.
No despega la mirada de aquel espejo,
quizá,
este le cuenta mentiras
y tal vez,
debo levantarme para volver a besarle.
Su dorso desnudo
espera el primer rayo de sol,
y yo,
cualquier motivo
para saltar de la cama
y ser su abrigo.
Para sembrarle,
con mis besos,
estrellas en cada espacio de su piel.
Para mostrarle que el espejo miente
y que mis ojos,
de un de repente,
le cuenten lo hermosa que está
con aquel rubor
nacido del amor
que abraza sus mejillas.
Y el motivo aparece,
como excusa perfecta
cuando voltea y me sonríe
y yo, tan mudo de deseo
le doy los buenos días
adherido a su boca,
fundiendo mis dedos
alrededor de su cintura.
Ella asegura aquel buen amanecer
clavando sus dedos entre mis cabellos,
haciendo eco, con todos los \"te quiero\"
que viven en su pecho.
Entonces sale el sol
y hace nido entre sus muslos,
sus pómulos vuelven a incendiarse
y la pirotecnia reaparece en sus ojos.
Surge el sol, pero solo en nuestra habitación.
Afuera, el frío envidia mis manos
y la rutina queda huérfana de nuestros cuerpos.
Vuelvo a su vientre,
mi lengua le dibuja corazones
y en mi cabeza,
su nombre y el mío,
hacen piruetas
hasta quedar perfectamente unidos.
Sus cabellos vuelven a ser libres,
enredo mi alma en cada una de sus hebras
y las sábanas vuelven a cubrir todo nuestro amor.
Y mientras la mañana trascurre
y la ciudad se ilumina con personas
mantenemos inmovilidad en nuestros cuerpos
y una tremenda incertidumbre
de no saber,
la manera correcta,
para despedir nuestras almas
ni qué mirada debo acomodar
cuando ella
vuelva a hacer de su cabello
esa hermosa coleta
y no se entere,
a pesar de tanta pasión,
que muero de tanto amor.
©NicolásRangel/Reservados todos los derechos. Febrero, 2016.