Quien sabe de mis espinas, de mis tormentas,
de esos silencios que afilados buscan rozarme contantemente.
Quien sabe del sabor de mis ojos, del frio en mis manos
y del miedo inconsciente a seguir buscando entre alfileres oxidados.
Hoy vivo mil años a cada hora, se hace eterna la espera
y ya no quiero compartir cuerpo conmigo
pues no hay suplicio al dolor de escucharme,
ya no quiero sentir esa sangre escurrirse.
A veces escapo y soy libre, ¡a veces vuelo tan alto!
Solo soy paz cuando el viento me roza la cara, y me purga.
Pero sé que es temporal, porque a cada día le corresponde una noche
a cada cuerpo una sombra, y a cada grito, siempre alguno me corresponde.
Lemos Maximiliano Daniel
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