Ojo de cebra y paso de peatones con sacrificio.
Si me atropellas al mediodía con tu coche en vall d´uixó no me digas con toques de bocina desde la ventanilla entre las tranquilas gentes de los bares que sacan las cabezas al grito de “atropello” para ver desde las aceras con monotonía el espectáculo del atropellador exclamando que no me has hecho nada.
Esa explicación te la daré yo cuando termine de levantarme del suelo con imágenes de tauromaquia recorriendo mi cabeza como si hubiera sido sacrificado por un torero.
El asfalto, como agua muerta ha amortiguado la caída, y un rumor de hormigas recorre mi mano y mis rodillas mientras contemplo el rostro de un hombrecillo de las peñas taurinas que sin contemplación insiste impasible que no me pasa nada, pero tengo la sensación de que pide mi muerte. Los coches pasan por nuestro lado observando con indiferencia mi atropello. Los vecinos del lugar, en sus bares, hombres morenos, rudos, trágicos de costumbres y gritones, guardan silencio socarrones con infinita paciencia moruna acostumbrados a estos hechos habituales.
Me voy que no ha sido nada y debo llevar al chiquillo a la escuela- insiste el hombrecillo con su cara tostada. Presto atención a su ojo izquierdo sanguinolento fruto de una profunda conjuntivitis que le da un aire siniestro y familiar. Se que he visto antes a este hombre vestido con una camisas de peñas de toros, sin embargo, ahora más que saber de que conozco ese rostro severo, impasible, que me mira desafiante y vengativo, me preocupa incluso más que mi estado de salud que no se fugue.
Me voy- insiste arrancando el coche después de haber bajado y plantarse casi desafiante ante mi.
Por eso llamo a la guardia civil que deriva la atención a la policía local que bajo un sol de febrero y un azul luminoso celeste que se funde entre las sombras y el sol que pasa entre las ramas de los cicus con las sirenas de la policía local que avanzan como si navegaran por la salvaje albufera hacia mí. Son los primeros en preguntarme si me encuentro bien. Han pasado unos 12 minutos desde el accidente. EL coche que me ha atropellado hace un momento ya se ha ido con absoluta indiferencia dejándome en la acera para dejar un chiquillo que llevaba a la escuela o a su madre, no he entendido bien la excusa que me ha dado. Si me ha parecido ver atado entre dos cinturones a través de los cristales algo parecido a un chiquillo.
Explicando lo acontecido a la policía, vuelve el coche.
Mi atropellador sin mirarme, frío, entrega la documentación a la policía local.
Al terminar de tomar nuestras declaraciones por separado, pudiendo valerme por mi mismo acudo al ambulatorio donde realizan el parte de lesiones y me practican unas curas.
Al salir siento una especie de subversión a lo que ha pasado con una especie de recuerdo angustioso por lo vivido. Un sudor frío recorre mi frente. Siento que me voy a desmayar en semejante ambiente nauseabundo. Coches y más coches pasan por mi lado. Deslizándome por las paredes llegó como puedo del ambulatorio al barrio de San Vicente, entrando a casa de José María donde pierdo el conocimiento un par de minutos tras relatarle el suceso.
Al despejarme me ofrecen sin preguntarme un plato paella que devoro siendo lo primero que he ingerido desde que me he levantado a las 8 de la mañana a excepción de un café con leche hacia las 11 de la mañana al que me ha invitado mi amigo Juanvi que ha venido de castellón para saludarme. Después de la paella tomo café mientras hablamos de la preocupante situación moral y laboral de vall d´uixó. La casa es muy humilde, de gente trabajadora en paro abandonadas a su suerte.
Esa sensación de estar hundidos en el barro, de ser como islas aisladas en medio del fango que cualquier coche que pasa puede llevarse por delante chapotea a cada paso que doy en vall ´d uixó intentando cruzar un paso cebra mientras la gente mira con indiferencia comentando a cada atropello: lo han pillado.
Angelillo de Uixó.