Hay cosas que nos van a enloquecer,
Tronadores de piedras y caballos
En las grutas de nuestro pensamiento
Esculpidas en el silencio pétreo
De horas y horas de moldear las calizas
Heridas hechas de fenecidos sueños
Y del recuerdo de los ígneos días,
De las flores ígneas que en ellos ardían
Con las raíces encarnadas en las piedras
Sin necesidad de lluvia ellas efímeras
Se mecían sobre las paredes pétreas
Que me hacen de costillas.
Aun recuerdo la flor tuya, la que se inflamo
Con lumbres escarlatas como un ala de rubí
Sobre las ondas lapidadas de mi latido,
Una flor que en su fuego se movía como pez
Ondulando su estela persiguiendo su propio albedo
Atado al tallo que lo unía a las rocas húmedas y desnudas
De mi fatídico pecho. Se me antojaba inmarcesible,
Boreal y eterna, rebelde y feroz contra su propio tallo
Como marlín en lumbre contra el sedal que lo tiene aprisionado,
Pero era mortal y mansa, no lucho contra lo que le ataba,
Orgullosa se apago así como se apagan las estrellas
Con un segador y tronante flash blanco,
Trono como cuando cae un rayo, se mato en el silencio
De las grutas de nuestro pensamiento.
Hay cosas que nos van a enloquecer
Tronadores de piedras y pesuñas de caballos,
Cosas que nos devolverán el ruido
Cosas que nos despertaran y con su muerte
Nos harán sentir vivos.