Alguien dijo por ahí que pensar es condición de existir.
Que en esta vida no se puede dejar de hacerlo, a todo momento. Sí, suena burlesco.
Yo soy de esas personas que piensa demasiado, incluso cuando no hay qué para poder hacer.
(o al menos cree que lo hace, dudar de estar pensado ya es estar pensando. Así de terrible es, querer callar y no poder)
De día pienso y soy pensado por el mismo pensamiento. Casi no actúo porque no es fácil pensar y actuar al mismo tiempo.
De noche me cuesta quedarme dormido, sigo pensando que hacer conmigo, con mi vida de opaco brillo.
Que nuevo hay para escribir que no haya sido escrito. Pienso en eso pero sobre todo en esto.
Puede sonar desagradable y claro que lo es, pero aprendí una cosa.
Yo no dirijo la carroza, de la voluntad que existe dentro de mi cuerpo.
Me siento, como un pasajero, de eternas vacaciones contemplando el esplendoroso subsuelo.
Siendo llevado a lo lejos, pero no en silencio. Me torno indomable a través del paisaje salvaje.
A veces reclamo y grito al cielo.
A veces me muevo de mi asiento y forcejeo, con las ataduras que amarran a la bestia invencible de/o la bestia dominada.
¿Las mías o las del negro corcel? No lo se.
Todo converge en su cercanía, complicándomelo entender
Todo diverge y se duplica, al pensar se multiplica
Los objetos, los caminos en el jardín que no perdimos, bifurcarse es su destino.
Luego me callo y observo, que lo que pienso es silencio.
Aprendí a escuchar y a no escuchar lo escuchado.
Hacerse el sordo voluntariamente.
Y quizás dejar de preguntarme al costado:
¿A dónde me lleva pensar tanto?