Yo te alcé, te saludé,
salvándote.
Tú me dejaste apenas luz
para moverme por la tierra.
Me negaste.
Nunca fuí capaz de decírtelo.
Afuera siguió el tiempo.
Ahora toma esta voz apremiante
que te ofrezco,
estos instantes que beben su embate de hielo;
sólo para que comprendas
la opresión de mis vestiduras de mendigo
empañadas en la contienda del desamor.
G.C.
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