Bajé de la montaña
sólo a conocerte;
la guía de mis pasos
fue el invisible amor.
Por entre frívolos arroyos
rodó mi cuerpo
y suaves campanarios
avivaron mi ilusión.
Divisé a lo lejos
la humareda juguetona
y el árbol de tu patio
y la portada
y la sombra.
Muy cerca
casi en tu cuarto
el asombro me detuvo:
la hiel del olvido
fue daga en mi pecho.
Muerte, me has olvidado.
El llanto negro
se antoja traslúcido
el olor a guayaba
cubre tu huerto.
Ahora espero
la noche indivisible
para atracar en tu lecho
que se vuelve misterioso.
Espero que llegues
de tu sutil visita
con tu amante,
el viviente de turno.
Muerte, te añoro.
Mi amada es olvido.