Era una especie de acuerdo tácito encontrarnos durante las noches. Sin embargo en el transcurso del día, irrumpías repentinamente mis pensamientos. Entonces la respiración cambiaba junto al pulso, y para volver a mí, debía soltar necesariamente un suspiro (a veces, más). No era amor, era deseo. Deseo de amor, quizás. Deseo de sexo, de piel y de más. Y-además. Deseo de sentarme frente a vos, ya extasiados, ya menos primitivos y salvajes, y mirarte los ojos. A-los-ojos. (en silencio absoluto).
Escucharte: tus mundos, tus historias, tus creencias, tus contradicciones, tus yoes y superyoes y ellos.
Hablarte, hablarnos, vaciarnos de palabras, inventar nuevas.
Y luego, una vez despojados de texto y de acción, volvernos. Distantes y distintos.