Caminando serena se encontraba ella, el resplandor de un día de junio a las cuatro de la tarde caía sobre sus hombros mientras ella se aproximaba al encuentro del atardecer.
Sus pensamientos se entremezclaban con el bullicio de una bandada de gaviotas y el fuerte viento.
Aún más calma se veía en ella mientras ya casi eran las cinco.
¿Hacia dónde irá?
Se preguntó un caminante que la encontró desprevenido, por unos cuantos minutos compartieron senda y eran ya las cinco y media.
Hizo un alto en el camino cuando notó que el sol se había perdido, el temor de la noche la llamó del embelesamiento.
Era hora de ir a casa.
Allí tendida ya la cabeza en la almohada sus pensamientos perdieron la quietud de las cuatro, las cinco y las cinco y media y empezó la perturbación del cuarto para las once.
-Suspiró-
Perdió la razón,
a esa hora era Antonio el nombre que retumbaba, cada letra parecía venir de entre las tablas.
Vueltas en la cama, hasta la ropa le estorbaba.
¿Cómo desnudarse de los recuerdos?
¿Cuál es la fórmula mágica para desaparecer instantes?
Y es que de la piel se borran las caricias, pero ¿Cómo hace ella a las dos de la mañana para borrarse los tatuajes del alma?