Hay una gotera en la luna, que sobre el firmamento vuelto madera de negro ébano caen una tras otras a la lagrima que tiembla sobre cada una de mis pupilas, las lacrimosas gotas, juraría de no ser porque es sobre mis ojos donde caen, que se trata de rocas, así duelen, así se sienten.
Hay un candelabro mal ramificado colgando del celeste techo de madera negra, a veces pienso que se trata del sol, tenue es su luz por esa razón dudo. No sé aún la razón por la que se me a condenado a mirar hacia arriba con el rostro fijo como estaca, mirando a la caída de las gotas de agua que sangra de a poquitos la pobre luna, paralizado mirando, siempre mirando, tendrá tu partida algo en esto que corresponderle o ser culpada.
A veces va a veces viene el candelabro, no alcanzo a distinguir tengo la vista empañada, su lúgubre luz hace una sombra que eclipsa a las estrellas, por eso no las veo, pero tiene forma esa sombra, a veces creo distinguir claramente tu cabello como en una estela meciéndose con el vaivén del mal ramificado astro. No dudaría de la eternidad de este penar de no ser porque distingo también al techo algo podrido y al frio de este vacío tan enmohecido, es una habitación el mundo de paredes blancas de adobe carcomido, pero no me creas porque apenas distingo.
Mi alma se ha convertido en el mismo frio humedecido del resto de la habitación blanca y del techo de madera de ébano podrido, mi latido es el mismo que el columpiar del candelabro y su luz atenuada, solo soy yo y la luna como un globo de luz blanca llorando sobre mi mirada. Solo soy yo y este sentimiento vacio, de un día recordando tu retirada.