Beatriz Blanca

EL VIEJO TAPADO (relato) Tema semanal

Busco el suéter azul y me lo pongo con el entusiasmo nervioso de saber que pronto; solo unas horas, estaré allí invadida de ese brillo que dibuja la alegría de saberte triunfador.

Abro el placar y tomo mi tapado gastado, pero vivo, que me abrigó tantas mañanas frías en que nos encontrábamos para compartir esas tímidas charlas en el café de Sebastián. Sentados en el rincón junto a la barra; entre sueños y apuros por el corto tiempo que disponíamos. Me decías que mi nariz era una manzanita, roja y brillante, que detectaba el gélido invierno que nos acompañaba en cada encuentro.

Solo un beso amistoso y pedías -Dos café, aquí, por favor-. El mío llegaba con su bolsita de edulcorante, pues no deseaba engordar, pero con la dulzura embriagante de tu compañía, que engordaba mi alma.

Solo sabía tu nombre que sonaba como campanillas en primavera, eso me bastaba. Luego comentábamos entre risas y pereza, cuanto trabajo teníaos y luego me envolvías con tus ojos profundos, inundados de proyectos. Embriagada de entusiasmo me dejaba llevar en la barca de tus sueños.

Tenías el poder de sacarme del aburrido entorno de mi vida. Levantarme a las seis de la mañana; vestirme, desayunar y correr a tomar el colectivo. Llegar a las siete y treinta a mi escritorio lleno de papeles, carpetas, documentos, expedientes y un sin fin de situaciones que me dejaban quieta y postergada durante nueve horas diarias. 

Al salir de la oficina, me quedaba regresar al departamento, donde vivía. Solo me esperaba el radio grabador con su voz metálica para darme las tétricas noticias. Cansada me dirigía a la ducha, para refrescar el cansancio. Luego preparaba un bocado para la cena. Posteriormente ordenaba la ropa que me pondría al día siguiente. Me acostaba, leía un poco del libro de turno, hasta que el sueño me ganaba, así finalizaba mi jornada para comenzarla otra vez al día siguiente.

Pero un día cansada de mi rutina, fuí al café donde te conocí. Todo se transformó, tu risa alegre, tus miradas profundas, tus sueños, me hicieron sentir viva.

En medio de los expedientes, de esa soledad que me envolvía, estabas tú que me veía y regalabas esa mirada que me decía, ¡estás viva!.

Así fue como empecé a sentir el frío de la mañana; a pensar que me pondría para estar más atractiva; a sentir que todavía había tiempo para recordar que la vida era un juego que tenía sentido.

Eras tú quién me daba esa energía y sin notarlo, te transformaste en el motor de mi existencia.

Me enamoré perdidamente y te instalé en el altar de mi corazón, con la razón y el sentimiento; y dejé que me llevaras por ese bello mar de tus sueños. Hasta que llegó el día en que dijiste que te irías, pues había llegado el momento para realizarte en tus proyectos.

Que alegría debía sentir, pero que confusa amargura me devoraba. Tú te marcharías a triunfar, yo debía estallar de felicidad, pues era el tiempo de tu victoria, pero te ibas y yo regresaría a mi soledad. Una nube opaca me cubrió, me dijiste que regresarías, yo sabía que me mentías para hacerme más  fácil la despedida. Tu dicha era inmensa y yo no podía hablar porque sin quererlo te reclamaría. Así que cerré mi corazón y te alenté en tu osadía.

Fueron días en que la vida me golpeó con dureza. Te fuiste pero te acompañé hasta que partiste rumbo a tu futuro. Me quedé vacía, sola, sin tu mirada, sin tu alegría soñadora. Solo me quedaba este viejo tapado que me recordaba que habías pasado por mi vida.