Te escribo aquí para no entorpecer tus actividades:
Hasta que confirmé que la ausencia me revelaría la verdad, supe que eras tú a quién había llamado.
No, no te pruebo. No busqué eso en ningún momento, ni siquiera lo pasé por mi materia gris. Las cosas sucedieron, ambos sabemos que hay circunstancias que deben atenderse en soledad.
Regresé, no con la idea de continuar, creo que lo sabes. Antes que nada debía evitarte innecesidades; pero hablar contigo avivó en mí corazón lo que había dormido por decisión. Me ganaste nuevamente, tienes esa particularidad en mí. Y que alegría que existan tus particularides que a diario me hacen sonreír, ver el mundo con esperanza, sentirme con fuerza, con el poder de continuar con todos mis proyectos hasta llegar a ti y concluirme en tus labios, nacerme en tu abrazo y morir en nuestro deseo de amarnos.
Miro tus ojos oscuros, tus labios que me besan con ternura y pasión... Me estremeces, ahora lo sabes. Y dices que te amo: me pregunto si estarás conciente de cuánto.
No quiero decirte las mismas palabras de amor ya tantas veces dichas, porque simplemente tú mereces lo mejor, lo único, lo especial. Y no sé si yo lo seré o si de mi boca podrán salir las perfectas palabras, esas que te siento y parezco tener la imposibilidad de expresar y es que todo se me hace poco.
Tengo la sensación de que anduve caminos errados, hasta que, andando en uno de esos caminos, te encontré.
Que sorpresa saber que tú me esperabas. Que me ansiabas. Sigue haciéndolo, te pido, no declines y te ruego que no me dejes perecer, a menos que sea en tu cuerpo, porque muerta ahí, estaré con más vida que en cuarenta años.
Amor mío, cariño: te amo, te adoro.