Es pleno atardecer y el cielo llora
dentro y fuera del hombre solitario;
porque cuando el día se termina es la hora
en que la soledad tiende el sudario.
Casi como la lluvia, gotas amargas
llegan a sus labios apretados.
Su mirada es perdida, triste, larga,
en su garganta hay un grito anudado,
que quisiera salir, y como un eco
de vereda en vereda llegar a otros.
Pero solo suena el golpe seco
de la puerta cerrada. Es su rostro.
Con la lluvia encierra entre sus manos
su única riqueza: sueños perdidos,
último resto del antiguo humano
que el actual fantasma entregó al olvido.