Se te vio caminando. Pero no entre fusiles.
Se te vio caminando encadenado a tu angustia
Arrastrando tú penas por los caminos.
Caminos que se van borrando,
A medida que tú paso avanza por el sendero del llanto.
Cada pisada en la tierra.
Fue dejando en su piel una huella.
Una huella que permaneció eterna.
Y huella, tras huella fuiste escribiendo,
¡Oh profesor de Baeza!
El más triste de los poemas.
Un poema que llora por las paredes de un patio de Sevilla.
Por los campos infinitos de Castilla.
Por las grietas de un Madrid en su agonía.
Y por las llagas de España que supura sangre y arena.
Se te vio caminando llevando la angustia en tu maleta.
Con el corazón enquistado en la garganta.
Con la amargura clavada en los ojos.
Esos ojos que antaño vieron
La belleza del verde extendida por los campos.
Hoy ven el rostro de la amargura.
Y es el rostro de un niño triste.
Un niño de sangre y barro.
En tu pecho tienes clavado el puñal,
El puñal de las lágrimas secas.
Lágrimas que se te quedaron enquistadas
En lo más profundo del alma.
Alma que añora el silencio de Soria.
Y que ahora grita atravesando la pared de las montañas.
Se te vio caminando con el llanto agarrado al pecho.
Siendo sombra por los caminos.
Caminos que paso a paso se van cerrando,
Como murallas de pequeña muerte.
Caminos donde dejaste gravada tu huella.
Tú huella inmortal sobre la arena.
Que lejos quedo Madrid.
Que lejos los días felices del café.
Que lejos tu amada España.
Tu España Andaluza y Castellana.
Tú patria de cielo azul.
Que lejos quedo la nostalgia.
¡Oh! viejo profesor.
¡Qué lejos quedo tu corazón!
Al final del camino la muerte espera
Tras la puerta de un pequeño hotel.
Un hotel donde el tiempo es una lápida.
Una lápida sobre tu garganta.
Y en una pequeña habitación mirando al techo,
Pensaste por última vez en tu tierra amada.
Luego el fantasma de tu Leonor,
Cerró por última vez tus ojos negros.