Me hablo de ti
tanto en la mañana
que el crepúsculo se hace
rama.
No voy a desmentir
el asomo que me calza;
no sabe a nada
que se le parezca,
aun cuando supe de otras
estelas.
Dos copas sin prisa
tiene la palabra,
la tuya y mía
que de ojos se bañan.
También me hablo de tarde,
a la par que al sorbo de un
Café
al dedal se van los ojos
entre el hilo de limones y
lunas.
No es una tarde que cae,
es una tarde que te escribo,
así, que no muere.
También me hablo de noche.
El reloj no importa
cubierto de paloma,
de esa que tú y yo queremos.
A un me cuentas viene otro,
a otro, yo te sigo,
y nacen los requiebros
como en tiempo de cigarras.
Luciente haces la calma
al solfeo de tu agua,
y entre fotos y rosas que dicen,
el beso marca la almohada.
¡Buenos días, poeta!
¡Buenos días, poesía!.
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