Y entonces él, con las alas caídas hasta el suelo, esperaba al borde de las aguas de aquella playa prohibida; observaba una mar brava, casi enfurecida, envuelto en una mirada profundamente entristecida; después de tanto tiempo pronunciar una palabra al viento costaba alma y vida; la línea del horizonte fusionado con la bruma desaparecía al volver a ver los ojos con los que la miró un día. Varios minutos hallaron allí su presencia, bañado de un color desaturado en su inocencia buscando una respuesta a la paciencia, no la encontró a través de su inteligencia pues respondió su corazón sin querer esperar a su razón, alzó las alas y gritó un nombre con pasión, una sola vez bastó para que el eco fuera recogido por el viento y a kilómetros lo transportó.
Mi nombre pronunciado por tí se hace tan grande...
Mi nombre expirado de tus labios miel caramelo, mi nombre enredado en la melodía sinfónica de las cuerdas vocales entre los rizos de tu pelo, mi nombre gritado al viento alborotado, mi nombre oído en un eco del pasado, un instante en el presente que me has otorgado, mi nombre... un nombre que en un futuro no podrá ser amado.