Mis ojos te encuentran, sin buscarte,
sin siquiera intentarlo.
¡Oh, dulce flor! eres omnipresente
desde que te amo.
Tu hermosa extensión, cálida y femenina,
ocupa todo espacio
de mi alma. Mi corazón, lleno de amor,
es tu ebúrneo santuario.
Recuestáte sobre mi pecho, aferráte a mi
con tus decididos brazos,
no te sueltes de mi... ¡ay, amemónos
hasta el cansancio!
Permíteme ver tus trémulas pupilas... y
descubrir su azul milagro.
Sólo tú prevaleces en mis pensamientos,
más allá del último acto,
tan clara y liviana, pura y reluciente,
como un titilante astro.
¡Oh, dulce flor! eres omnipresente
desde que me dijiste:
<<¡Te amo!>>