Cuando la luz se escudaba en las sombras.
La dama de negro le susurraba al oído
con su voz de domingo por la mañana:
creo que es aquella, la víctima perfecta,
mientras el se acomodaba el saco.
Se abrió paso entre las almas perdidas
y atracó frente a ella, afanoso de mirada
Encumbró su belleza con un gesto
perverso disfrazado de ternura
Le arrebató una sonrisa
y la echó al bolsillo con su mano fría.
La muchedumbre conocía el espectáculo
los novatos presurosos apuntaron la técnica.
El le atrapó la inocencia con los versos de otro.
Le estaqueó la conciencia con una rima estilizada
y le cubrió de espinas.
Venció en el Coliseo de verano, sin armas.
Celebró la victoria con un trozo de carne
Los sueños de ella se acurrucaron en el horizonte,
descansaron sobre una línea,
reposaron bajo un manchón oscuro de no se qué
lejos, muy lejos.