Invaden mi mente sensaciones sin estrenar, radicalmente desconocidas, y no sé si achacarlas a la influencia que, sobre mí ejercen las conversaciones que mantengo con mi reciente compañero… bueno, compañero, amigo y consejero, ¡el viento sabe tantas cosas!
Me dice que ha leído todos los libros que, desde la antigüedad hasta ahora, se escribieron. Yo creo que exagera porque me ha dicho que también ha leído todos los que están, aún sin escribir. Yo le digo que eso no es posible, pero él me asegura que sí, que él es intemporal, y yo no sé si creerle porque no sé qué es eso.
Ha estado ausente durante tres o cuatro días. Andaba yo preocupado por su ausencia, pero esta pasada noche le he oído arañar las persianas de mi habitación, como queriendo avisarme de que ya está de vuelta, así que como es domingo y no hay colegio, mi encuentro con las hadas, hoy, va a ser matutino.
-El aroma que hoy traes-, le digo, huele a mar. Pero el nuestro tiene otro olor.
-Así es, este perfume se desprende de otros mares más cálidos, huele a Caribe, a Pacífico, y este otro tan sutil emana su olor del mar Adriático. Te los traje para que aprendieras a distinguirlos. Pero, dime niño ¿por qué tienes esa mirada tan triste?
-Es que ayer oí comentar a mis padres que el papá de otros niños los había matado junto con su mamá. Se me rompieron los oídos.
-¡Ah! ¿Es eso? Esas cosas pasan, y por ello sufre tanta gente. Y ocurren porque Dios deja volar a palomas blancas y negras.
-¿Dios puede hacerlo todo? Viento.
-Sí, claro que puede.
-¿Entonces por qué no hace nada por evitar tanto sufrimiento?
-Buena pregunta para hacérsela a Él.
-En eso me dieron las del alba, pero no me respondió.
Di la vuelta y cabizbajo abandoné el acantilado.
Mi amigo tampoco conoce la respuesta.