Corriendo bajaba, por la cuesta de la playa,
buscando no sé que, en una noche temprana.
Vinieron hacia mí al llegar a la avenida, un par
de ojos castaños, curiosos, como diciendo
¿adónde vas niña a esta hora, con esa dulce mirada?
Pasando unos días, de vuelta nos encontramos,
me paraste por la calle yo, me solté de tu brazo diciéndote...
déjame tranquila, sigue tu camino y a tu paso,
que no he de escucharte más, ¡no me moleste, muchacho!
Otro día en la playa, cuando entre una ola
furiosa yo me encontraba enredada, sentí
de pronto unos brazos que mi cintura apretaba,
esos brazos me salvaron en aquel día.
Desde ese día, fuimos inseparables.
Tú me enseñaste a nadar y cuando aprendí, nos íbamos
mar adentro en nuestra barca, nos zambullíamos nadando,
siempre justos buceábamos,
contemplando a los pequeños peces,
que nadaban a nuestro lado.
Y en una mañana clara, nos unimos en matrimonio.
Fueron pasando las semanas, los meces y cuanto más años,
nuestro amor y va aumentado.
Tuvimos tres churumbeles, que fueron nuestra alegría,
en nuestro mejores años.
Y una tarde de verano, tú me dejaste llorando.
¿Qué paso en tu corazón? ¡Nunca pude adivinarlo!
Será porque yo podía pensar sola, decidir, entre lo bueno y lo malo:
lo cierto es que ese amor tan grande y des pues de tantos años,
se murió como una ola en la orilla, como un cristal hecho pedazos
Ya han pasado muchos años... nunca te guarde rencor a pesar de tanto daño.
Y hoy día me hacen feliz, recordar el amor de antaño,
ver crecer a mis nietos y compartir con mis hijos, mis hijos...
¡Qué tanto amo!