Se abre el ajado rostro de la puerta:
un hombre espera al viento.
Sabe, como en secreto,
que en sus manos tiene
una piedra rabiosa y calcinada,
y que sus ojos vaciaron todas las fuentes de la noche.
Siembra su violín mientras la intemperie cae
en el olfato de los gatos.
Tiene la sed lloviéndole ceniza.
En el leve mediodía come polvo de sol,
recorre su cansancio,
y pronuncia
ese nombre para siempre.
G.C.
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