El camino era indeciso
y el cielo parecía un papel arrugado
bajo el cual toda forma de vida
era una simple figura de estaño.
De pronto, alrededor de mi,
sentí la palpitación de los átomos,
una fuerza cálida e invisible
que detuvo mis pasos.
Percibí el rumor de unas blancas alas
invadiendo mi espacio
y tuve la necesidad de decir,
aunque quedo: Te amo.
¡Ah! la esbelta silueta...
la indiferencia de un astro...
No era una ninfa o ave de fuego,
ni una estrella o ser alado...
¡Era ella! mi niña adorada...
¡Era ella que pasaba a mi lado!