Profundo, extenso, inquieto y calmo
es el lienzo que me habla de ti.
Ola tras ola, más de un sueño empapado
con los colores de agua que pones tú.
Ni hablar de esa arena infinita
bajo mis pies y tu sombra,
bajo esa nube perpetua
que llueve del cielo en mi lágrima.
En ese terreno granuloso
se enredan raíces de semillas:
son pesares de un pasado
floreciendo en las orillas.
A merced del mar furioso
que las ama y las condena
con el abrazo peligroso
de los amores en pena.
¿Qué razón encuentra
para dejarlas sufriendo
en su roce y belleza,
y en el de su olvido lejano?
¡Ay de mí que te obsequié
de mi mente toda la tela,
de mi alma, sus pinturas!
¡Que te di toda mi vida
y dibujaste tu partida!
No es eterna mi superficie,
ésa donde ya plasmaste
el inmortal y gran despliegue
de tu memoria aniquilante.
¿Ves ahí en mis ojos
llenos de ti, nada de mí,
la diferencia entre nosotros?
Eres tú para siempre;
yo, temporal, ya me extinguí.
No seas mar conmigo.
No te alejes para volver.
Si has de quedarte, hazlo rápido,
que si te vas, lento lo quiero ver.
¿Cuál es ese arte que hiciste?
¿Por qué el mar, la arena y las semillas?
¿Eres tú mi océano? ¿Soy tu playa permanente?
¿Son los frutos secos del amor, nuestras estrellas?
Me habla desde el paisaje
tu voz de ensueño último:
“Es que yo, mientras te ame,
inmortal seré en tu recuerdo.
Y tú, mientras me ames,
tendrás en ti el paraíso privado”
Es verdad, ya no eres agua.
Eres presente, futuro.
No eres más sombra lluviosa,
somos tú y yo en el paraíso.