Alexander Cambero

El Destino...

Una flecha azul cruzo el umbral para conquistar al gran amor que yace en lo más profundo del infinito. Alumbro con el candelabro de mis afonías. No quiero que este corazón relegue tu rostro entre perezosas variantes del destino gris; que los tiernos episodios vividos sean llevados a la hoguera por el verdugo olvido. Por eso cada amanecer es volver a pintar tu cuadro en el lienzo de mi alma, atrapo los pinceles con la magia de los colores para que ellos vuelvan a dibujarte una y mil veces; hasta que cada partícula mía sea la perpetuación tuya. Cuando la luz se transforma en el febril atuendo de la realidad, tu recuerdo se diluye como hojas que caen y levanta la polvareda. Por ello disfrazo la tristeza con la fingida risa de traerte entre la fragancia del pensamiento. En aquellos pasos se escribió una historia de lejanías y desencuentros; dos direcciones tan distintas como el misterio que rasga las penumbras del amor eterno. La pasión quiso remar hasta llevarnos al fondo de nosotros mismos. Solo que la barcaza se fue haciendo añicos entre la proximidad del desiderátum y la dura realidad de la incomprensión; se humedecieron los sueños que un buen día me hicieron sempiterno peregrinante de tus ojos refulgentes, tan incomparables y hechiceros que solo imaginármelos te hacen reaparecer en esta vida, que no sabe lo que es no tenerte entre sus páginas amarillentas. El destino se hizo pasajero de este viaje sin puertos cubiertos de rostros que esperan, solo el percudir de los tiempos idos, campanas que redoblan con la tristeza del ataúd que espera impaciente. Solo que la esperanza es como el humo que nace entre los leños secos y que vomita la chimenea; rompe con los ardorosos obstáculos de nieve, su ímpetu recuerda al gran amor que lucha en medio de condiciones francamente desoladoras. Pero sigues siendo la mujer eterna que nunca dejará de amarse, aunque los aullidos del lobo trepidante escriban sus historias de dentelladas…