Deambulando
al cálido nocturno
advertí que mi mirada
alcanzaba tu refugio
y animé una palabra
para ganar hospedaje.
Así, caí adictivo
de tus carnosos labios.
Bebí tu piel
y ciego te descubrí
octava maravilla.
En tu lecho,
embriagada en almíbar,
quedó mi alma.
Déjala,
algún día,
volveré a buscarla.