Se cansa de mí la noche cuando apago el alumbrado
con mi paso; se cansa también el asfalto del peso de
mis dudas, acumuladas en la punzante hinchazón de mi
memoria; y se cansa la nada de la nada que hay en mí.
Se cansa el tráfico de esta mañana en mi hastío
de mañana; se cansan los colores de perderse en la plaza
parda, se cansa su campanario de esperar el amanecer
de un domingo que no amanecerá desde mi cuarto
estrecho, se cansa su reloj descompuesto de planear
para mí a destiempo el paraíso de las horas perdidas.
Se cansan de mí el vagabundo que duerme
recargado en el poste y esa botella que abandonará tras
sucumbir ante la ebriedad del sueño; se cansa de mí la
cantina despoblada, sin garañonas que servir ni historias
que contar; se cansa de mis sombras el mimo que va a
casa con la chaqueta a rayas sobre el hombro, pensando
maldiciones en voz alta como un mimo no hace sino en
noches cuando encuentra destruido su andar anónimo
por el paso de otra sombra.
Se cansa de mí el cierzo y el cerezo que le repite
mi angustia con vaivenes, ocultándome una estrella
que tiembla cansada de ser luz; se cansa de mí Amelia
esperando respuesta poética al otro lado del teléfono;
se cansa también el sol que no se apresura, más bien
retarda su reinado; se cansa la nube negra de seguirme y
sus oscuros goterones de acariciarme la piel; se cansa la
quimera de mí como el gorrioncillo que enjaulado adorna
una lujosa estancia; se cansa el pueblo de sus habitantes
que sólo veo y escucho en el viento como fantasmas en
Pedro Páramo. Se cansan mis demonios de mis insultos y
se cansan mis insultos de mi boca.
Se cansa de mí la juventud
y su espíritu de lucha;
se cansa mi pierna
izquierda de la derecha
y viceversa; se cansa de
mí cada ausencia que
siento ceñirse a la pezuña
de mis miedos, esos que
estropean la noche y
torturan al asfalto cuando
a mi paso termino con la
única vida aún existente en
la luna, mientras camino a
casa, que no es mi casa,
cansado de extrañar a
quienes, en su propio
cansancio, esperan que
me canse de cansarme.
Un Diván en el Desván © Polo Piceer, 2013.