Alvaro Bautista

Ella a la medianoche

De lizos cabellos estaba recubierta su cabeza. Eran dorados, semejantes al color que tomaría el sol si lo matizáramos eliminando todo su brillo. Me recordaban a tantas cosas. Desde las espigas del pan que mencionaba el padre durante las misas. Hasta los cálidos días llenos de tranquilidad en el caribe mexicano. Sin duda su cabello era semejante a la divinidad de los halos angelicales.

Pero sus ojos, ¡Prueba suficiente de la existencia de Dios! Eran de una profundidad y enseñanza dignas de la sabiduría de Aristoteles o la inteligencia de Tesla. Eran azules. Un azul que de cualquier lado que lo vieses recordaban al cosmos, recordaban a las supernovas a miles de años luz o las enanas blancas que quedaron de recuerdo del inicio del universo. Dentro de ese azul existía algo más que una representación del cosmos. Existían en ellos un cosmos propio.