A Enrique Cacharro
Éranse una vez un perro y un preso
Que se peleaban con saña cruenta
Por el apetito roñoso de un hueso.
Corrían de miedo los años cuarenta.
Rasgado de brazos el preso reñía
Su alimento gris con la bestia llena
Y entre tanto agobio que se relamía
Y el perro no quiso compartir su cena.
Dos almas luchando dientes contra dientes
Por un hueso negro, sucio y miserable.
Ambas criaturas, pobres, malolientes,
Veían al otro cánido culpable.
Reían los guardias con el fusil presto,
Tan, tan divertidos por la situación
Que el perro lloraba y el preso, dispuesto,
Lloraba de pena con el corazón.
Qué dura es la vida, qué triste, qué mala,
El perro al final se llevó su hueso.
Y quedó en el suelo muerto de una bala
El hombre sin cenas, el hambriento preso.