A mi tierno corazón adolescente
lo había poseído un diablo pícaro.
Voy a darte algo,
me dijo una noche en sueños.
Y apareció Inés, la niña mujer
que tenía cuerpo de colinas.
Me encendió entero,
ella era de fuego, un volcán.
Desperté transpirado,
y quise volver a soñar.
Comparada a ti, Inés,
la lava ardiente
del Tungurahua, nada es.
Dulce pasión infernal.