Ensartas tus garras
En el abdomen del más pequeño.
Muestras los dientes progresivamente
Y arrancas el pedazo de carne
Del pobre indefenso
Que corría en busca de su madre
Quien no pudo rescatarlo.
Por donde pasas impones
Con tu rugido —ruido sin forma—
No dejas nada a tu paso.
Cuando llevas tu existencia
A un nuevo lugar
Lo que era ya no es
Y otros menos bestiales
Se esconden entre la maleza
Gris y moribunda.
Todos,
Verdes, naranjas, amarillos,
Marrones, grandes, pequeños,
Gordos, terroríficos,
Tiernos e indefensos.
¡Todos!
Víctimas de tu instinto.
Confundidos del lenguaje
Que entre todos los títulos
Te ha elegido el más importante.
¿Cómo duermes a la noche?
Al ritmo del grillo
Que no por ser lo que eres
Ha dejado de cantarte.
¿Cómo te levantas a la mañana?
Al ritmo del ave
Que no por ser lo que eres
Ha dejado de cantarte.
¿Qué se siente poder construir tu abrigo?
Te pregunta el perrito en la calle
Que no sabe de arquitectura
Y se muere de frío en el abandono.
¿Qué se siente poder componer una canción?
Te pregunta el pequeño parajillo
Que canta sin entender de entonación
Que se confunde al escuchar el ruido
De los árboles talados que caen.
¿Qué se siente abrir el grifo?
Pregunta el ciervo sediento
Que camina kilómetros a orillas
De un río seco.
¿Qué se siente adornarse el cuello con joyas de marfil?
Pregunta el pequeño elefante huérfano
Que no sabe a dónde se ha ido su madre.
¿Qué se siente ser tan salvaje?
Te pregunta el león feroz
Que mata porque no conoce la razón.
¿Cómo vives con este peso?
El peso de ser entre todos
El único salvaje.
—Bárbara Barrientos