Ven, acércate a mí y róbate mi aroma,
Despójame de el vivir tormentoso que me agobia,
De la incertidumbre banal de mi porvenir.
Ilústrame en un prometedor atardecer
Y estampa en él tu huella indeleble.
A millas de aquí está tu universo
Y empapado en mi pecho está tu fragancia.
Acaricia el espacio donde habito,
Despedaza el tiempo con tu sutil existencia,
Y anula el oscuro trayecto entre tu mundo y el mío.
En tu presencia subsisto
Cual niño jugando.
Tu cálido ser desprende destellos
Que alumbran y recalcan
Tu perfecta silueta.
Tú ¡Oh Dios mío!
Tú encierras un cúmulo de audaces estrellas
Bailando al son que describas,
Y representan el cielo que arriba
refleja tu rostro en la noche.
Es imprescindible hablar de ti
Cuando se piensa en el dulce matiz
Que define un jardín.
De hecho en ese matiz
Se aprecia tu celeste figura.
Ligada al viento,
Pegada a su ser,
Acompañas el rumbo
Que éste decida.
Y juntos envuelven
Al mundo en perfecto equilibrio.
Por eso requiero tu singular compañía.
Que vengas a mí sin pretextos ni excusas
Rasgando mi ente, atizando mi forma,
Para pintar de colores este mundo grisáceo.
Caminar a tu lado en el azul de mi cielo,
Deambular por la vasta extensión
Que llama a gritos nuestra fiel adhesión.
Permíteme, pues, socavar tu interesante morada,
En donde residen tus preciados anhelos
Para hablar con ellos y saber complacerlos.
Elevarlos en una corriente
De centelleantes criaturas
Armadas de tiempo y vida,
Para proyectar junto a ti
Un venidero existir impecable.