La necesidad de abandonarse y abandonar lo que amamos. La necesidad de vivir a medias para no brindarse toda en un simple beso. A veces siento que moriré de un latido. A veces, quisiera matar esta enfermedad para que no sea ella, la que me mate.
La enfermedad de las letras. La enfermedad de la poesía que prolonga la noche en cualquier tibia humedad blanquecina caricia. Hecha a plena luz del día. Y los espasmos del amor gritando auxilio, y los espasmos de la vida contrayendo mi minúsculo coraje de no darme toda.
A medida que me entrego, me siento vapor de crepúsculo. Siento que podría consumirme con apenas decir te amo. Como si yo fuera una migaja devorada por un gran pájaro. Como si yo fuera una gota de agua sucia que alguien tiene en su zapato.
Y mi corazón tembloroso de rama al viento. Y mi corazón de chimenea asfixiado por el humo. Y él, como Dios en medio. Y yo gritando, suplicando ser liberada y a la vez, adorando y pidiendo una mirada.
Soy un ángel deseando tener sexo. Y él es un íncubus que me susurra de amor hasta en mis sueños.
No puedo escapar, oh por Dios, que no puedo.
Que se abra mi corazón, derrame todas sus plumas y decida abandonarme, y sea de nuevo, una jaula carnívora.