La dorada arena de tu cuerpo
reverbera al sol del mediodía;
suave duna de playa solo mía,
agua dulce que calma mi desierto.
Orientadas mis velas a tu puerto,
al timón va el ímpetu que ansía
el marfil de tu faro que me guía,
a la rada profunda de lo cierto.
Cabalgando espumas de tus olas,
soy la proa que surca los secretos
de tu piel paralela de horizontes.
Y desnudos, mirándonos a solas,
aplacadas las ansias, los dos quietos,
despedimos la tarde tras los montes.
Carlos Oyague Pásara