Ya estoy despierta, y aún no se ha levantado el sol. Estoy sentada en un banco metálico que me intenta imitar mi temperatura de hielo, pero bueno, ahí se queda en el intento. Adentro la mirada sin miedo hacia el túnel oscuro que se zampa todos los trenes rápidamente y los escupe a cada hora. Todo es como un paisaje apocalíptico invadido por el gris. Bocas de gente que ya han olvidado sonreír, con los párpados luchando contra los restos de sueño que se han enganchado del cojín. Y no lo puedo evitar, mientras espero a mi fiel tren puntual aquí sentada, y aún habiéndome jurado y prometido tantas veces a mi misma que no lo haría, lo hago siempre sin pensar, mis ojos se pierden en busca de alguien con un color especial, un color que no esté impregnado de frustración y tristeza, un color que no sea el gris. Dichosos ojos, que buscando un color diferente, me hacen parecer ausente. Mi corazón no tiene esperanza, mi cerebro ya no espera nada, pero mis ilusos ojos, se han convertido en una brújula sin orientación, donde solo buscan el norte de mi salvación. Pues disculpad-me porque yo ya no tengo ganas de luchar en contra de mí, así que he de dejarlos hacer su rutina, sin rechistar, aunque yo quiera parar… Llega el tren, y he de subir, no me puedo quedar aquí.
El tren pasa, y mezcla todos los colores de la ventana, como si fueran agua…