Oscar Perez

Alegre

Alegre

 

Alegre porque puedo pagar cuentas,

alegre porque soy sólo un don nadie

y nadie me pregunta en las encuestas

y nadie me saluda en plena calle.

Alegre porque abrí mi mediodía

y el sol estaba y estaba la tarde,

brillando como el filo de un cuchillo,

corriendo como el río del cobarde,

pero con todas las montañas puestas

y en cada tallo un brote venerable,

en cada rama de árbol un buen nido,

en cada nido un huevo insobornable

y en cada huevo el porvenir, descrito

como promesa o fruto inalterable.

Alegre, pues, de no ser ese mismo

que ayer murió, que tuvo que enterrarse

para salir al sol bajo la tierra,

para no sucumbir bajo su sangre,

alegre de mirar que otros sonríen

como sonrío yo sin más detalle,

por simples, porque sí, porque respiran,

porque ni el carcelero tiene llave

con la que condenarnos a su abismo,

con la que repetir su propia cárcel.

Y más de verte aquí, de vernos juntos

como si desde ayer fuéramos parte

del mismo sueño y reino repartido,

del mismo regresar a acompañarte,

cansado ya de errar con tanta herida,

perdido alguna vez en mil ultrajes,

pero resucitando del olvido,

pero siempre capaz de no negarme,

de estar siempre que el puño te haga falta,

de estar siempre que falte quien te abrace.

Qué bueno que también traigas sonrisas,

qué bueno que también tu risa baile

y suene cual cigarra por los montes

y cante en los salones como un ángel,

qué bueno es que comprendas tú mi mundo

y yo te pueda dar mi fe y mi carne,

es todo lo que tengo, me ha bastado

para sobrevivir en años graves,

para reconocer que hay un sentido

pese a las mil barreras miserables.

Qué bueno, pues, que vengas y sonrías,

que aceptes que la vida es adorable,

quedémonos dormidos en sus costas,

que nos bañe su amor la piel y el talle.

Alegre quedo yo de descubrirlo,

alegre de escribir y de que me hables,

y luego de mirarnos sin palabras

alegre de seguir, cuando el sol calle.

 

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18 03 16