Bajo las elegantes rimas de un poema,
se teje cadencioso un scherzo en sinfonía
que por sobrenombre lleva Ana María;
la niña de la mística tristeza de sirena.
No tiene renombre ni fama de realeza,
mas yo la llamo Sara o Isabella
por su indemne velo de doncella,
y por sus atractivos ademanes de princesa.
Ríe y su sonrisa guarda la entera suma
de toda la elegancia femenina,
llora, y su vida se diluye como espuma…
¡Oh, quiero de sus perfumes embriagarme,
niña de las lívidas manos de sirena
y de su mística tristeza enamorarme!