Emil Cioran

EMIL CIORAN / BREVIARIO DE LOS VENCIDOS / FRAGMENTOS

- Vivir: especializarse en el error. Burlarse de las verdades indubitadas, no hacer caso de lo absoluto, tomar a broma a la muerte y transformar lo infinito en azar. Sólo se puede respirar en lo más hondo de la ilusión. El mero hecho de ser es tan grave que, comparado con él, Dios es pura bagatela.

 

- \"Los hombres no saben ser inútiles. Ellos tienen caminos que seguir, puntos que alcanzar, necesidades que realizar. ¡No saborean la imperfección, cuando el “sentido” de la vida es el éxtasis de esa imperfección! Pero ¿cómo revelarles la simplicidad de ese misterio, cómo seducirlos en el resplandor de un misterio y embriagarlos con tan sencilla fascinación?\"

 

- \"He buscado las quietudes del alma en los paisajes, en las sonrisas, en las ideas. Pero ella, errabunda, no les servía de compañía, sino que revoloteaba por las cimas del mundo. ¿Cuándo descenderá su efervescencia hasta los aledaños de los no-seres cotidianos? Ojalá tuviera otra alma. ¡Un alma más terrenal!\"

 

- ¿Tengo que dar gracias a la razón porque todavía soy y me abro camino en los asuntos del mundo? Tal vez a ella también. Pero en última instancia. ¿A los hombres? ¿A las apariencias? Ni unos ni otras han estado presentes cuando ya no era. Siempre me ayudaron después.

 

- Pero cuando los desarraigos del mundo penetraban en el Barrio Latino y tú ibas con tu exilio a cuestas entre tantos Ahasverus, ¿de dónde sacabas las fuerzas para soportar las malditas servidumbres del corazón y el zumbido de la soledad en medio de la niebla soñadora de los bulevares? ¿Ha habido en el bulevar Saint-Michel algún extranjero más extranjero que tú y al que cualquier puta o algún pedigüeño le haya aspirado con más fruición su perfume barato?

 

- Justamente como los forasteros hispanos, africanos o asiáticos en la Roma decadente saboreaban el ocaso de la cultura entre la confusión de los sistemas y de las religiones y, carentes de ideales, se refocilaban con las dudas de la Urbe, así deambulas tú, desengañado, durante el crepúsculo de la Ciudad de la Luz [...].

 

- En las calles respiras el aire de vacío del ocaso y te inventas auroras como si no quisieras reconocer que tú también participas del ocaso de la Ciudad. Y entonces te elevas, por un acto de voluntad, por encima de ella. Y quieres salvarte. ¿Quién o qué podrá ayudarte en la Ciudad?

 

- Nada, no me ha ayudado nada. Y si no hubiese tenido a mi alcance el largo del Concierto para dos violines de Bach, ¿cuántas veces no habría terminado? A él le debo el ser todavía. En la dolorosa e inmensa gravedad que me balanceaba fuera del mundo, del cielo, de los sentidos, de los pensamientos, todos los consuelos bajaban hacia mí y, como por encanto, volvía a ser, ebrio de agradecimiento. ¿A qué? A todo y a nada. Porque en ese largo hay una ternura por la nada, allí el estremecimento alcanza su perfección dentro de la perfección de la nada.

 

- Ningún libro me sostenía en el barrio de la enseñanza, ninguna creencia me mantenía, ningún recuerdo me fortalecía. Y cuando las casas se perdían entre azuladas brumas, cuando, septentrional y desierto, el Luxemburgo en pleno invierno nadaba en la escarcha y la humedad enmohecía los huesos y los pensamientos, lejos del presente, me quedaba embobado en mitad de la ciudad. Entonces me abalanzaba angustiado hacia la fuente de los consuelos y desaparecía y resucitaba en brazos de sonoras ausencias.

 

 

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