Amo el bosque, despojado de prejuicios,
sin zapatos que se limpian
a la entrada,
sin sábanas de organza
ni manteles con festón,
sin la música rebelde, inaguantable,
de la calle San Martín.
Sin bocinas que enloquecen,
ni alarmas que resuenan,
sin gritos desaforados,
ni semáforos que mandan,
sin celulares de marca
que idiotizan a la gente.
Amo esa brisa alegre
que dialoga con el rayo de sol
en el ramaje,
el encendido rojo de la flor
en el barranco,
el trino altisonante del pájaro que muestra
su libertad de vientos y de plumas bien peinadas.
Amo esa lejanía donde está,
tan quieto,
tan sujeto a las montañas,
y a su lago,
tan sonriente con el paso del arroyo,
tan apegado a los ritos
de las sombras milenarias,
de las hadas y los gnomos
y del misterio verde del paisaje.
Amo la lentitud con que deshoja
el tiempo,
lo prolijo del arácnido telar,
el ondeante caminar
del gusanito peludo,
el fisgonear del cervato
entre el follaje,
el aletear multicolor
de mariposas.
Amo el bosque del corazón tallado
en el árbol majestuoso,
sabedor de secretos de la fronda
y de ésta, mi poesía,
que simula una lágrima al caer
con el rumor salpicado
de la cascada espumosa.
Derechos reservados por Ruben Maldonado.