En la tierra
un terremoto se mueve en silencio,
bulbos partiéndose y aprovechando de sus raíces bien afferadas
para empujar sus vástagos inquisitivos hasta la superficie,
bañándose por vez primera en los rayos calientes del sol;
una liberación de las tinieblas.
En los árboles,
se despiertan y comienzan a florecer
los brotes antes congelados,
su follaje, un verde más intenso con cada nuevo día,
paulatinamente sale de su cárcel invernal.
En los jardines
las flores y arbustos nos brindan
con orgullo,
un obsequio gratis de la naturaleza,
sus aromas y fragancias primaverales.
En los prados,
cubiertos con los escarchados desperdicios del invierno,
se transforman en alfombras de colores frescos,
y se escucha el balar de los corderos recién nacidos,
que juguetean inconsciente todavía
de la realidad severa del próximo invierno.