Un torpe río de piedra
escalando la colina.
Un convicto que camina.
El ocaso que desmedra
la luz del sendero y edra
la tarde su oscuro arar.
Una tristeza singular
se percibe en el ambiente.
Los hijos de la serpiente
afilan su magullar.
Un natural de Cirene,
con dolor inesperado,
da su hombro al condenado
con la queja que deviene
de un destino que retiene
aquello que uno buscó.
Ese hombre se topó
con la desgracia increíble
de cargar una inasible
pasión, que quizás no entendió.
Tal vez Simón seamos todos…
cargando un tormento ajeno
como el voltaje de un trueno
que nos urge de incomodos.
Abrumados de mil modos,
pujados a reflexión,
entre locura y razón.
Obligados a empatías
incomprensibles, cual frías
compresas de la compasión.
Y también están aquellos
que por la vida caminan
entre sombras que germinan
como sangre en los cabellos.
Como espinas que entre huellos
son corona de carmín.
Y antes del vago confín,
cual milagroso imprevisto,
escuchan la voz de Cristo
que les promete un jardín.