Anoche mientras dormía
descendió un ángel alado,
para llevarme hasta el vado
creyendo que fallecía.
De blanco todo vestía
con su cabello dorado,
y en el cerebro exaltado
una aureola tenía.
Con manos tiernas cubría
todo mi ser relajado,
y entre su pecho abrigado
vi que la gloria existía.
Un gran destello emitía
aquel arcángel sagrado,
y cuando se hubo elevado
mi alma, del cuerpo salía.
Ningún dolor yo sentía
estaba sólo extasiado,
atónito y fascinado
por lo que ahora veía.
Llegamos adonde había
un gran jardín encantado,
con bellas flores ornado
de donde nadie volvía.
Todo era paz y armonía
en ese edén consagrado,
porque el pesar fue borrado
y sólo amor reinaría.
Allí los niños reían
y el áspid era calmado,
ninguno estaba casado
y el viejo nunca moría.
Se respiraba alegría
yo estaba maravillado,
porque nadie era lisiado
y hasta los cojos corrían.
Entonces con alegría
mire a San Pedro sentado,
con las llaves a un costado
su barba cana lucía.
Él dijo que todavía
mi hora no había llegado.
¡Vuelve a tu mundo malvado
y escribe esta poesía!
Corrige a la masa impía
para que deje el pecado,
que en el momento anunciado
a todos nos juzgaría.
Tu prosa recién vestía
sin versos engalanados,
humildes pero arreglados
sacien la gente vacía.
Más tarde mi ánima fría
regreso al cuerpo dejado,
sabiéndome afortunado
porque del vado venía.
De aquel ensueño volvía
junto a mis seres amados,
pero mi vida ha cambiado
desde aquel bonito día.
Franklin Joel Blanco Aparicio.
Villa de Todos los Santos de Calabozo.
Venezuela.