Ella era lunar, universal: una niña de puras pasiones. No sabia no sentir, no sabia vivir sin intensidad. Odiaba el gris, las cosas a medias, la gente que no se la juega, los \"te amo\" en vano, las salas de espera y las empanadas con pasas de uva, a veces odiaba ser así. Ansiosa y sentimental, el mundo le hacía mal pero no imaginaba otra forma de vivir: siempre a pleno, siempre a fondo. Caía dos por tres, se pegaba lindos porrazos, su ambición por volar le hacía ir más rápido de lo que sus pies podían. Sin embargo nunca dejó de desplegar sus alas. Ella era valiente e indecisamente decidida. Sabía amar, aunque haya aprendido a los tumbos. Aprender a amar era casi como dar los primeros pasos. Amaba a su familia y sus amigos, amaba su carrera, la poesía, la música como espectadora, amaba a las personas que hacían de la música su forma de vida, las cervezas compartidas, el asado del domingo, se amaba a sabiendas de todos sus defectos.
Ella solía decirme \"muchacha nunca hay que dejar de avanzar\". Era proactiva, motivaba, siempre quería sobreponerse a la adversidad. Sabía reír y llorar con una facilidad asombrosa, y aunque siempre renegó de sus sentimientos, nunca se atrevió a ignorarlos.
Así le gustaba andar, actuando al ritmo de su sentir, sin escuchar demasiado a la razón. Ella solía repetir \"muchacha, tal vez la Vida se encuentre justo ahí donde la cordura se pierde por completo\".
Perdamos la cordura en un abrazo, en un vino recién descorchado, en el festejo de un gol. Perdamos la cordura en el grito sórdido cuando esa banda que tanto te gusta sale a escena, en las lágrimas que se te escapan de orgullo cuando ves a los que amas realizarse, en la comida de la abuela. Perdemos la cordura en el mensaje que envías a las cinco am de un sábado, en el libro que te compras aunque sepas que ahora no llegas a fin de mes. Perdamos la cordura más seguido para así encontrar a cada paso (o a cada vuelo) la Vida.
Aldana Campisi.