Se abrieron sus piernas despacio
como se abren las puertas del paraíso
para mostrar poco a poco el interior de su patio,
ese jardín floreado, húmedo, lleno de vida
donde postran las almas sus cuerpos agotados.
Se abrieron sus piernas despacio
impacientando mi apetito,
aumentando mi deseo
y la necesidad de asilo
en tan acogedora estancia.
Escuché su risa, sensual y pícara,
banda sonora para su mirada lasciva.
No sé a qué estas esperando!
me suplicaron sus labios.
Respondí como responden las fieras
cuando perciben en su presa
el olor de la plena entrega.
Caí sobre ella y nos mezclamos,
nos mordimos, nos retorcimos de hambre;
hambre mutuo de carne.
La piel nos quemaba y su vientre era insaciable.
El reloj se volvió de piedra
la ventana quedó ciega.
Ya no importaba nada
de lo que pasara allí afuera.
Sus muslos temblaban al ritmo de mis caderas,
gritamos, jadeamos, vaciamos nuestras fuerzas.
Ella ya no era ella y yo no sé lo que era.
En las sábanas empapadas
clavamos nuestro estandarte.
Era la señal que marcaba el final del combate.
Agotados y satisfecho ya nuestro hambre,
volvió de nuevo la Paz ...
la más bella, la más grande.