Primavera del sesenta y uno,
¡mañanita de Viernes Santo!,
dos miradas se cruzaron
al paso de Jesús crucificado.
Una cruz, la más infame condena,
aunque eres Dios, por maldad te condenan,
y yo con el corazón transido de pena
te contemplaba con actitud serena.
Mis ojos fijos en el Padre le siguieron
hasta perderse entre la multitud
y como obra sutil de inspiración
allí, entre la gente estabas tú.
Tarde de Pascua florida
nuestros labios se juntaron
y aquella ráfaga de luz divina
todo nuestro ser inundaron.
Y fuimos dos almas gemelas,
en ti deposité el alma mía,
cariño, ternura, poesía
tú al igual me correspondías.
Al pie de San Pedro Apóstol, un día,
la bendición de Dios nos unía,
dejando en sus manos divinas
nuestras ilusionantes vidas.
Fueron pasando los años
y quiso el destino separarnos
pero en la inmensidad de los cielos
un día, volveremos a encontrarnos,
Primavera del sesenta y uno,
¡mañanita de Viernes Santo!,
un milagro marcó el camino
de dos vidas y un destino.
Fina