Mis peregrinas manos recorrieron
tu cóncava cintura
las caderas convexas
los campos de piel dorada
bendecida por el sol.
Mechones de pelo
que dormían acunados
con el susurro del viento;
pechos indomables
desbocados por el roce
de la yema de los dedos;
desfiladeros profundos
esculpidos en los muslos
celadores del valle;
empapado sendero
evocando la lluvia
tras la tormenta del deseo.
Fueron estas manos peregrinas
las que ungieron tu reino
sanando tus heridas