Ella dijo: soy una mujer muy sensible.
Vivía como una gota de rocío colgando al borde de la hoja, temblando con el viento, aferrándose a lo conocido. Sin entender su supuesta debilidad.
Él le contestó: eso es bueno para ti porque ser sensible es tener amplificada la acústica de tus emociones. Puedes escuchar fuertemente los ecos de tu inconsciente. Aquellos gritos donde tu inocencia fue tocada. Préstales atención, y cuando hayas escuchado todas sus voces finalmente oirás el silencio de La Paz, ahí donde vive tu parte inocente incolúme, así como cuando un niño se enfrenta al mundo por primera vez, sin conocimientos que lo lleve al miedo. Es ahí donde te encontrarás con el amor.
Y ella encontró las lágrimas guardadas en su corazón como rayos de luna que curan la nostalgia. Liberándo sus miedos, tomando consciencia que ella lo puede todo.