Crisálida
Jugábamos con falsas ideas
hasta que se rompían los lienzos de falsas alarmas
y buscábamos en bocas, bocas danzantes,
ríos llenos de sombras y de peces.
Decaída, pómulos lagrimosos,
quieta ahí en sueños jamás deshechos.
Libre no me siento, tus cruces caen
sobre mi pecho, sobre mi taciturna lengua.
Árbol que lloras salvia, no haces
nada en la sombra, es que tu no existes,
es que tu no lloras.
A la sombra del durazno te debo yo mi amor,
es que el tiempo es escaso y desciende bajo la orilla.
Desbocado corazón, hoy te entrego a mi patria,
como un cofre a tu desgano, como agua en mi semilla.
Eres como el aire que el acanto me arrastra,
que con su aroma me dedica otro fiel suspiro,
que si tan solo morirse fuera
nuestro cruel destino,
no habría necesidad de andar matando
con la escasa vejez al alma.