Melancolía, deja de golpearme tanto,
que sangran tus puñales en mí profundamente
y desmayan mis voces al escuchar tu canto
en el vil ataúd funesto de mi mente.
Yo deseo que allí se desangren mis sesos,
melancolía, deja de regar estos ojos
brujos, con las sollozas columnas de tus huesos,
donde pasan los lutos a corazones rojos.
Melancolía, aleja pronto esta hermosa angustia
sedienta de los senos plácidos de la muerte,
¡y clavarás desvelos en el ánima mustia
de la noche trigueña donde el mal cala fuerte!
Melancolía, trenza las histéricas rosas
que dormitan marchitas. Dulcemente ojerosas.
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David John Morales Arriola