A tus pasos vengo, desde el día,
de mi estatura desciendo para
entre tus tempranos ojos apoyarme,
como un grano perdido de sol,
o como una canción sin letra,
curado y blanco subo camino a ti.
Voy a tu luz de bronces limpios,
como el sonido de una campana;
en una voz profunda navego
entre tus senos y tus muslos,
amarrándome a tu cintura redonda
y al capitel alto de tu pelo nocturno.
Tus manos de selva centroamericana
son una cuna aromática de especias,
donde se mecen tiempos y aguaceros,
y en la tarde se refugian las horas,
se anudan los caminos, y nace la luna.
Te pareces tanto a una ola de palomas;
tu mi semilla, mi germinación, mi esfuerzo,
sabes a la primera sombra liberada,
cuando te abres como la vía láctea,
y te desplomas como un planeta nuevo
sobre la soledad blanda de mi pecho.